“Confía en el
Señor con todo tu corazón, y no te apoyes en tu mismo entendimiento: tenle
presente en todos tus caminos, y él dirigirá tus senderos.”
Proverbios
3:5-6
“Él dirigirá
tus senderos”. Dios quiere guiarnos de una manera tan segura como condujo a los
israelitas de Egipto a Canaán. Durante el día nunca les faltó la nube, ni la
columna de fuego durante la noche. Para marchar por el buen camino, los fieles
sólo tenían que seguir los signos de la presencia de Dios en medio de ellos. Si
tomaban otro camino y se extraviaban, lo hacían voluntariamente.
Hoy, Dios nos dirige por medio de su Palabra. Si no
siempre hallamos en ella explicaciones concretas en relación a cada uno de los
detalles de la vida, no deja de enseñarnos los grandes principios divinos que
deben regir nuestras vidas. El Espíritu Santo también está con nosotros para
enseñarnos sobre todas las cosas; pero debemos estar plenamente convencidos de
que nunca nos conducirá por caminos diferentes a los que la Palabra nos
propone. Acordémonos del varón de Dios de Judá que se dejó seducir por un viejo
profeta (1 Reyes 13) y hagamos todo lo posible para evitar las trampas que nos
tiende el enemigo.
Para ser los beneficiarios de las promesas divinas
es preciso cumplir con las condiciones que se exigen. “Encomienda a Jehová tus
obras, y tus pensamientos serán afirmados” (Proverbios 16:3). “Deléitate
asimismo en Jehová, y él te concederá las peticiones de tu corazón” (Salmo
37:4). La fe en Dios y la comunión con él forman nuestros pensamientos y
producen en nosotros el deseo de que su voluntad sea hecha. Cuando nos
deleitamos en Dios, nuestras peticiones se elevan hasta la altura de sus
pensamientos.
Tengamos una voluntad franca para seguir al
Maestro. En cada decisión, consultemos al Señor. Si la fidelidad exige
sacrificios de nuestra parte, no temamos; la pérdida será provechosa, pues Dios
es galardonador de los que le buscan. En vez de dar traspiés en las tinieblas,
tendremos al Señor Jesús para tomarnos de la mano y conducirnos por el camino
donde la luz resplandeciente va creciendo hasta que se establezca el día
perfecto.
Al escribir estas líneas pienso en los que
sufren alguna enfermedad, que pasan por una penosa contrariedad o una dolorosa
prueba. Para ustedes, queridos amigos, mis mejores sentimientos. Muchos de
ustedes podrían decir, como Job, que sus proyectos —“los designios de mi
corazón” (Job 17:11)— se han frustrado, y como Jeremías: “Cercó (Dios) mis
caminos con piedra labrada, torció mis senderos” (Lamentaciones 3:9). Quizás
alguno de ustedes tiene una enfermedad incurable o está pasando por una prueba
desgarradora e irreparable. Tengan ánimo, el texto que hoy meditamos también es
para ustedes. ¿Qué les separará del amor de Cristo? Tengan confianza, no
razonen sobre los caminos misteriosos de Dios; invóquenle tanto más cuanto que
son probados. Les librará si lo cree conveniente, pero de todas maneras
dirigirá sus pasos. Les conducirá a las cumbres más altas y hará sus pies como
de ciervas (Salmo 18:33). Cantarán como “el dulce cantor de Israel” y como “el
hombre que ha visto aflicción”: “La misericordia de Jehová es desde la
eternidad y hasta la eternidad sobre los que le temen”. “Bueno es Jehová a los
que en él esperan, al alma que le busca. Bueno es esperar en silencio la
salvación de Jehová. Bueno le es al hombre llevar el yugo desde su juventud”
(Salmo 103:17 y Lamentaciones 3:1, 25-27).
Quizás este pequeño escrito llegue a las manos de alguien, que no ha seguido el consejo de la Sabiduría. Querido amigo, no
perseveres en un camino equivocado. El Señor te ama y te invita a volver a él:
“Vuelve… a Jehová tu Dios; porque por tu pecado has caído. Llevad con vosotros
palabras de súplica, y volved a Jehová, y decidle: Quita toda iniquidad, y
acepta el bien... porque en ti el huérfano alcanzará misericordia” (Oseas
14:1-3). Confiémonos en el Señor, y tanto más si hemos descubierto nuestro
error; acudamos a él en todos nuestros caminos: él dirigirá nuestros senderos.
Aquel que reclama toda nuestra confianza y que nos
advierte de la insuficiencia de nuestra inteligencia... nos invita a tenerle
presente en todos nuestros caminos y nos promete dirigir nuestros senderos. ¿No es él quien nos ama con amor eterno y quien sufrió por nosotros la terrible
muerte de la cruz y hasta el abandono, por un momento, de parte de Dios? ¿No pondremos nuestra
confianza en él durante el corto tiempo de nuestra vida terrenal, en las pocas
horas que quizá nos separan de su venida, mientras profesamos creer en él para
la vida eterna? No, esto sería anormal e injusto de nuestra parte.
Creemos en ti, Señor, ¡líbranos de nuestra incredulidad!