El no tener esperanza es uno de los sentimientos
que más afectan a las personas en nuestra época. La esperanza parece tener una
vida muy corta cuando nos falta la salud y el trabajo, o cuando nos sentidos
acorralados por personas y situaciones que nos dañan, cuando nos sentimos solos
y sin saber qué camino seguir. En general se la considera como una gran virtud,
incluso en la Biblia viene acompañada por la fe y el amor. Esperanza, fe y amor
se consideran las virtudes que permanecen y resumen lo que es la vida de los
cristianos.
La esperanza puede tener variadas dimensiones: unas más cercanas, como
esperamos cobrar el fin de mes, esperamos cerrar un negocio importante esta
semana, esperamos recibir la buena noticia que tanto esperamos; pero hay otras
más de largo plazo, como esperamos tener una vida con salud, esperamos tener un
matrimonio largo y feliz, esperamos que nuestros hijos sean personas de bien,
trabajadores y felices. Así que vivir sin esperanza puede ser una de las
experiencias más duras de la vida.
Pero además de lo que esperamos para nuestra vida común de todos los días, hay
que pensar en la esperanza como una necesidad espiritual del ser humano. Digo
esto porque, como dice el apóstol Pablo, “si la esperanza que tenemos en Cristo
fuera sólo para esta vida, seríamos los más desdichados de todos los mortales”
(1Co 15.19). Por tanto, nuestra esperanza no puede fundamentarse sólo en lo que
esperamos en cuanto a lo físico y espiritual; nuestra esperanza debe
fundamentarse en Dios para que toda la vida encuentre un sentido más profundo.
El Salmo 40.1-3 nos ayuda a entender esa dimensión espiritual
y más profunda de la esperanza. Veamos lo que nos enseña el salmista David:
1. La esperanza es la respuesta humana a la acción de Dios: “puse
en el Señor toda mi esperanza” (1). David empieza su Salmo con
palabras que destacan su actitud de poner sobre la persona y la obra de Dios su
esperanza de vida. Es muy interesante la forma como David expresa los problemas
que le quitaban la esperanza humana. Dice: “muchos males me han rodeado, tanto
son que no puedo contarlos. Me han alcanzado mis iniquidades y ya no puedo ver.
Son más que los cabellos de mi cabeza y mi corazón desfallece. Por favor,
Señor, ¡ven a librarme! ¡Ven pronto, Señor, en mi auxilio!” (12-13).
Sabemos que David escribe desde una situación muy crítica y que incluso había
personas que trataban de matarle. Pero en medio a tantas incertidumbres y
desesperaciones, David encontró la respuesta cierta para su situación: puso
sobre el Señor toda su esperanza y, de esta forma, encontró el debido descanso
para su alma y pudo seguir con su vida.
Poner sobre Dios toda nuestra esperanza no es una actitud de huida de la
realidad. No se trata de que uno se engañe a sí mismo con ideas románticas
sobre sus problemas personales y que intente resolverlos todos transfiriéndolos
a Dios, como si pudiéramos esquivarnos de los problemas que nos llegan, como si
se tratara de una solución mágica que nos quitara de la realidad. No, poner
sobre Dios toda nuestra esperanza es una actitud de respuesta que le damos por
su presencia, por su gracia y por obra a nuestro favor. Esperar en Dios es
confiar plenamente en su acción en la historia humana y en nuestra historia
personal. Es una actitud de confianza y de fe genuina en Dios.
2. La esperanza puesta en el Dios que actúa: la esperanza y la
confianza cristianas se fundamentan en la acción de Dios en el mundo y en
nuestras vidas. Esperamos en Dios porque vemos como se mueve en nuestras
familias, vemos como dirige soberanamente la vida de las sociedades a través de
la historia, leemos de sus obras en las páginas de la Biblia. Esperamos en Dios
porque desde antes de la creación del mundo viene escribiendo a lo largo de la
historia humana una historia de salvación y de gracia. Podemos esperar y
confiar en Dios porque nos ha enviado a su Hijo unigénito para tomar nuestro
lugar en la cruz y cuñar en ella nuestros nombres como personas salvadas por su
gracia.
Al escribir su Salmo, David expresa su esperanza en el Dios que actúa
concretamente:
Él se inclinó hacia mí y escuchó mi clamor.
Él me sacó de la fosa de la muerte, del lodo y del pantano.
Él puso mis pies sobre una roca, y me plantó en terreno firme.
Él puso en mis labios un cántico nuevo, un himno de alabanza a nuestro Dios.
Son palabras que claramente expresan la obra de Dios a favor de David y de
todos nosotros. Es él, y sólo él, el que se inclina y nos escucha cuando
clamamos, solo él es quien nos puede sacar de la fosa de la muerte y plantar
nuestros pies en una roca. ¿Ya nos hemos sentido así, como si estuviéramos boca
abajo en la fosa de muerte? Puede ser que unos si y otros no, pero el único que
nos puede librar y salvar es Dios por su obra de amor y de gracia.
3. La esperanza en Dios nos da un nuevo sentido de vida: “Al ver
esto muchos tuvieron miedo y pusieron su confianza en el Señor”.
Interesante hablar de miedo aquí. ¿Cómo pueden tener miedo cuando ven las obras
de Dios a nuestro favor? ¿De que muchos tuvieron miedo al ver los resultados
benditos de nuestra esperanza en Dios? Ciertamente que se trata del miedo de
las consecuencias finales en una vida en la que la esperanza en Dios no exista.
Hay que temer la vida sin Dios, hay que temer la vida sin la verdadera
esperanza en Dios, porque como dice el Sl 37.2 es una vida que “pronto se
marchita como la hierba, pronto se seca como el verdor del pasto”.
Vivir confiados en Dios y con nuestra esperanza puesta en él es una forma de
anuncio del evangelio. Las demás personas con las que convivimos lo verán y
podrán poner también su confianza en Cristo y en Dios. Eso convierte la
esperanza cristiana en misionera y evangelizadora, dándonos a todos nosotros
que esperamos en Dios un sentido nuevo de vida cristiana, llevándonos a
comprometernos con el otro porque esperamos que Dios también le hable y le
bendiga con su gracia.
La esperanza en Dios, por tanto, nos mueve de nuestro lugar-sin-esperanza y nos
hace caminar hacia a los demás sobre la plataforma de la esperanza y confianza
únicamente en la obra de Cristo. Encontramos sentido para nuestra vida cuando
nos consagramos y nos dedicamos a vivir con esperanza el evangelio de forma a
que otros puedan acercarse también a Cristo por nuestro ejemplo, palabras,
decisiones y forma de vida.
Cuando ponemos sobre Dios
nuestra esperanza y confianza, dejamos de centrarnos exclusivamente en
nosotros mismos, en nuestros deseos y sueños de consumo, en nuestros problemas
personales y pasamos a preocuparnos también con las demás personas.
¿Dónde está puesta nuestra esperanza más íntima? ¿En nosotros mismos o en la
persona y obra de Cristo? Son preguntas que pueden ayudarnos a encontrar el
verdadero sentido de la esperanza cristiana. No esperamos en Dios porque
queremos que cumpla con nuestros deseos personales; más bien, esperamos en Dios
porque sólo él nos puede redimir por completo y llevarnos por los caminos de su
palabra y de su voluntad. ¡Que Dios nos ayude a encontrar en él nuestra única
esperanza!