Mi padre era un ser muy especial. Era admirado y querido por muchos. Era un ser servicial, dispuesto, amable que le
gustaba ayudar, hacer reir a todos y cooperar con todos, por igual.
De energía inagotable, mi padre era todo pasión. Con pasión vivió su vida, intensamente la
agotó. En cada camino que recorrió,
sembró, sembró y sembró. Sé que a muchos impresionó con su gran sentido del humor, todos lo recuerdan por su risa y por
su gran corazón.
Pero hoy, que ya no está con nosotros, su secreto les voy a
revelar. Yo quiero que ustedes entiendan
de donde salía ese ánimo y esa disposición, que mi padre siempre demostró.
Mi padre les quería demostrar que había tenido un encuentro
con Dios. Quería que todos supieran,
como Dios a él lo cambió.
Que no solo había
salvado su vida, salvó también su familia,
y salvó también su hogar. El creyó firmemente
que… “Yo y mi casa, serviremos a Jehová.”
Y no es que mi padre fuera un santo, ni que hubiera bajado
del cielo, tampoco era un ángel con alas, ni que pudiera volar.
Mi padre fue un hombre agradecido, que no guardaba rencor,
mi padre había comprendido lo que era el gran perdón de Dios.
Mi padre valoró, la oportunidad que le dio el Señor. Y decidió dedicar su vida, a demostrar a
todos su amor.
“Que os ameis los unos
a los otros, como yo os he amado.” Lo practicó él en su vida, y no le daba
trabajo. Se dio por entero y de gratis y hasta el último momento, él
amó.
Y aunque su cuerpo yace sin vida, su espíritu vive ante la
presencia de Dios. Y te quiere dar un mensaje
a través de mí, y de mi voz:
"No pierdas más el tiempo, entrega tu vida a Dios. El nunca te falla, no hay más grande
amor. De tal manera nos amó Dios, que a
su hijo entregó, para que tú no te pierdas, El su vida dio."
Si quieres recordar a papi, y admiras como él vivió,
recuerda siempre que fue Cristo, el que su vida cambió.